Pero antes, una anecdota: fui a ver la película que viene a continuación a la última función de un Domingo al Arteplex de Caballito. Resulta que la función se suspendió por que yo era el único espectador de la sala y esto no alcanzaba para comenzarla. ¡El único! ¡Domingo, diez de la noche! ¿Lo pueden creer? Me tuve que volver a mi casa sin película y con una crisis existencial digna de un personaje de la Nouvelle Vague. Crisis de la cual solo pude salir gracias a un cuarto de helado artesanal de Bambini y su dulce de leche bombón. Esto va en serio: el cine como lugar, como evento, como rito, se nos esta muriendo.
El inadaptado (Den Brysomme mannen - Noruega / Islandia - 2006 - Jens Lien)
El mundo (o infierno) que describe El inadaptado es gélido, aséptico, mortuorio. Uno donde los seres que lo habitan han perdido su capacidad de sorprenderse y emocionarse. Donde se han vuelto impermeables a la sangre, al dolor, a la muerte; donde ni siquiera los conmueve hallar un cadáver en la calle, perder un compañero de trabajo, o terminar una relación amorosa. Un mundo con humanos pero carente de humanidad, casi como aquel planteado hacia el final de Los usurpadores de cuerpo por un nuevo orden extraterrestre. Un mundo, que parece decirnos Jens Lien y su guionista, se parece cada vez más al mundo moderno, ese que nos toca vivir día a día.
Andreas -el protagonista del film- llega allí luego de suicidarse (o querer suicidarse, lo mismo da) arrojándose a las vías del metro después de observar perturbadoramente durante un largo rato como una pareja se besa en la estación (comiendose uno a otro como si se tratase de dos zombies de una película de G. Romero). Lo transportan en un micro en el que viaja él solo y lo depositan allí, a las puertas de una ciudad donde lo reciben con un departamento, un empleo, la posibilidad de conocer mujeres y todo el paquete armadito. Una vez en este lugar, le toca habitar espacios etéreos, compartir charlas intrascendentes con sus compañeros de oficina, cenar platos desprovistos de gusto y aroma, y coger con su novia siempre en la posición misionera (posición vulgar y rutinaria si las hay). Y lo peor: soportar que toda la gente que lo rodea le manifieste insólitamente ser feliz bajo esas condiciones. Hasta que, pronto, se pudre.
La incapacidad de adaptación de este Andreas, o su rebelión, surge ante la tendencia del mundo moderno por hacer de todo algo homogeneizado y pasteurizado (no por nada la estación de servicio donde lo esperan en el comienzo es marca “Standard”): la arquitectura, las mercancias, las relaciones humanas. Por eso, durante el climax del relato, persigue el olor de un plato que sospecha como artesanal, abundante, sabroso, único. La película nunca arroja hipótesis sobre el por qué de este estado de las cosas (esto tal vez halla que buscarlo en otras, como el reciente documental Mondovino, que ahonda específicamente en la cuestión de la standardización de la producción vitivinícola a partir del neoliberalismo y la globalización), pero sí, ofrece una mirada melancólica hacia la necesidad de plantarse frente a esto. A esos temibles y tan presentes “da lo mismo” o “esta todo bien” bien tipicos de la posmodernidad que son hoy la reacción común ante cualquier fenómeno, ya sea positivo o negativo.
Es cierto que lo que plantea El inadaptado no es ni muy original ni muy novedoso: su Andreas recuerda bastante a aquel Sam Lowry de Brazil de Terry William perdido entre tareas burocráticas y una sociedad indiferente, como la imposibilidad de escaparse de su infierno a pesar de llegar hasta el acto del suicidio, hace pensar en el Bill Murray de Hechizo del tiempo. Pero sí, hay que decir que no por eso deja de ser interesante como parábola de lo que sucede en la actualidad, especialmente, con la vida en las ciudades. Y lo hace con coherencia: con actores que contagian la languidez necesaria a cada uno de sus personajes, con una iluminación que da la sensación de estar todo el tiempo dentro de una heladera, con una banda sonora que genera climas terroríficos (originalmente su guionista, Per Schreiner, concibió el texto como una pieza radiofónica de terror), con una cámara colocada siempre a la distancia prudencial.
La incapacidad de adaptación de este Andreas, o su rebelión, surge ante la tendencia del mundo moderno por hacer de todo algo homogeneizado y pasteurizado (no por nada la estación de servicio donde lo esperan en el comienzo es marca “Standard”): la arquitectura, las mercancias, las relaciones humanas. Por eso, durante el climax del relato, persigue el olor de un plato que sospecha como artesanal, abundante, sabroso, único. La película nunca arroja hipótesis sobre el por qué de este estado de las cosas (esto tal vez halla que buscarlo en otras, como el reciente documental Mondovino, que ahonda específicamente en la cuestión de la standardización de la producción vitivinícola a partir del neoliberalismo y la globalización), pero sí, ofrece una mirada melancólica hacia la necesidad de plantarse frente a esto. A esos temibles y tan presentes “da lo mismo” o “esta todo bien” bien tipicos de la posmodernidad que son hoy la reacción común ante cualquier fenómeno, ya sea positivo o negativo.
Es cierto que lo que plantea El inadaptado no es ni muy original ni muy novedoso: su Andreas recuerda bastante a aquel Sam Lowry de Brazil de Terry William perdido entre tareas burocráticas y una sociedad indiferente, como la imposibilidad de escaparse de su infierno a pesar de llegar hasta el acto del suicidio, hace pensar en el Bill Murray de Hechizo del tiempo. Pero sí, hay que decir que no por eso deja de ser interesante como parábola de lo que sucede en la actualidad, especialmente, con la vida en las ciudades. Y lo hace con coherencia: con actores que contagian la languidez necesaria a cada uno de sus personajes, con una iluminación que da la sensación de estar todo el tiempo dentro de una heladera, con una banda sonora que genera climas terroríficos (originalmente su guionista, Per Schreiner, concibió el texto como una pieza radiofónica de terror), con una cámara colocada siempre a la distancia prudencial.
Y con todo esto Jens Lien tal vez no logra un plato copioso en matices, sabores y sensaciones, como el que busca su protagonista (sin encontrar nunca) y como el que parece anhelar su película para el mundo en que vivimos. Pero también es cierto que con medidos y escasos condimentos, como lo son sus escenas netamente surrealistas, su explicitez gore, y su humor negro, dista bastante de ser uno de esos platos insípidos, inodoros e incoloros que son muchos de esos que nos suelen llegar rutinariamente todos los Jueves. Calificación: 7
Recuerdo haberla visto en el festival de Mar del Plata 2007. Estaba buena.
ReplyDeleteM.
la he visto dos veces en tv-me salte unas escenas chocantes-y las dos veces me llego el mensaje.
ReplyDeletees una critica a la sociedad vacia de emociones y de sensaciones fuerte y recomendable, especialmente para quienes no se inquietan por nada.