Dirección: Prachya Pinkwae
País: Tailandia
Año: 2005, 2008
La gran renovación en el cine de artes marciales llega made in Thailand, con un grupo de películas que si bien no esquivan ninguno de los argumentos y lugares comunes del género (que por otra parte, éste, a su vez, toma del western y el policial clásicos), pone en escena un nuevo estilo de lucha –el muay thai- y alcanza niveles de realismo, brutalidad y destreza física nunca antes logrados. Uno de los lideres de esta nueva patota es el director Prachya Pinkwae, cuyas Tom Yum Gong y Chocolate se dan en el BAFICI y llega a nuestro país para acompañarlas.
Tom Yum Gong es la primera película que se proyecta en Buenos Aires del nuevo Maradona del género: Tony Jaa; quién no solo se jacta de realizar sus proezas sin la ayuda de ningún tipo de cable, arnés, o efecto digital, sino que además viaja por el mundo presentándolas en vivo como si fuese toda una estrella de rock. En Tom Yum Gong Tony Jaa encarna a Khan, un provinciano (que tal como en su anterior, Ong Bak) debe viajar a la ciudad para recuperar cierto objeto sagrado robado de su aldea, en este caso, un elefante y su cría. Con esta historia elemental y a la velocidad con la que en una porno caen las vestiduras, la película da a lugar a que Tony haga lo suyo; y una vez que empieza es imposible no caer en la lona a los pies de este astro. Cine deportivo, físico, en que todo placer estético es reemplazado por el placer cinético de ver al mismo Tony desafiar todas las leyes de gravedad y corporales existentes. Una épica de destreza humana, donde además, su director, acompaña las dificultades físicas que encara Tony y organiza travellings imposibles y un plano extensísimo subiendo unas escaleras en forma de caracol que quedará en la memoria del género por mucho mucho tiempo.
Por otro lado, en Chocolate, Pinkwae se sirve de una matriz melodramática y una diestra jovencita en plan de nena autista para lograr otro festín de piñas y patadas (o rodillas y codazos, tal vez sea más apropiado). Conciente de la dimensión icnográfica de Tony Jaa, esta protagonista aprende el arte de la lucha viendo las películas de este actor y esto le alcanza para salir a defender a su familia a través de sus dotes marciales. Tal como en Tom Yum Gong y la inédita Ong Bak, no faltan acá personajes tan cómicos como llamativos, como el gordito que acompaña a la protagonista o el enfermito mental que debe enfrentar la nena hacia el final; ni momentos de una diversión tan ingenua como desatada. Pero nuevamente, el gran atractivo, son los enfrentamientos físicos y las coreografías con las que son representados. Dos o tres escenitas hacen de Chocolate una película memorable: esas de los enfrentamientos en la feria de carniceros o la de la fábrica de hielo; pero por sobre todo, deslumbra con ese final prodigioso en el que decenas de tailandeses combaten contra la protagonista al limite del vacio sobre los balcones de un edificio. Ahí es cuando uno comprueba que lo que hacen Pinkwae y sus amigos y stuntmen se trata de algo encarado con todo el esfuerzo y el riesgo posibles, y que por eso merecen toda nuestra atención y respeto.
Dos muestras de un cine popular en estado puro y de lo que se puede lograr si uno filma lejos de Hollywood sin compañias aseguradoras y sindicatos que atenten contra la épica, la magia y las posibilidades físicas y cinematógraficas del cuerpo humano. Seguramente, la vida en Tailandia cueste muy poca plata.
Tom Yum Gong es la primera película que se proyecta en Buenos Aires del nuevo Maradona del género: Tony Jaa; quién no solo se jacta de realizar sus proezas sin la ayuda de ningún tipo de cable, arnés, o efecto digital, sino que además viaja por el mundo presentándolas en vivo como si fuese toda una estrella de rock. En Tom Yum Gong Tony Jaa encarna a Khan, un provinciano (que tal como en su anterior, Ong Bak) debe viajar a la ciudad para recuperar cierto objeto sagrado robado de su aldea, en este caso, un elefante y su cría. Con esta historia elemental y a la velocidad con la que en una porno caen las vestiduras, la película da a lugar a que Tony haga lo suyo; y una vez que empieza es imposible no caer en la lona a los pies de este astro. Cine deportivo, físico, en que todo placer estético es reemplazado por el placer cinético de ver al mismo Tony desafiar todas las leyes de gravedad y corporales existentes. Una épica de destreza humana, donde además, su director, acompaña las dificultades físicas que encara Tony y organiza travellings imposibles y un plano extensísimo subiendo unas escaleras en forma de caracol que quedará en la memoria del género por mucho mucho tiempo.
Por otro lado, en Chocolate, Pinkwae se sirve de una matriz melodramática y una diestra jovencita en plan de nena autista para lograr otro festín de piñas y patadas (o rodillas y codazos, tal vez sea más apropiado). Conciente de la dimensión icnográfica de Tony Jaa, esta protagonista aprende el arte de la lucha viendo las películas de este actor y esto le alcanza para salir a defender a su familia a través de sus dotes marciales. Tal como en Tom Yum Gong y la inédita Ong Bak, no faltan acá personajes tan cómicos como llamativos, como el gordito que acompaña a la protagonista o el enfermito mental que debe enfrentar la nena hacia el final; ni momentos de una diversión tan ingenua como desatada. Pero nuevamente, el gran atractivo, son los enfrentamientos físicos y las coreografías con las que son representados. Dos o tres escenitas hacen de Chocolate una película memorable: esas de los enfrentamientos en la feria de carniceros o la de la fábrica de hielo; pero por sobre todo, deslumbra con ese final prodigioso en el que decenas de tailandeses combaten contra la protagonista al limite del vacio sobre los balcones de un edificio. Ahí es cuando uno comprueba que lo que hacen Pinkwae y sus amigos y stuntmen se trata de algo encarado con todo el esfuerzo y el riesgo posibles, y que por eso merecen toda nuestra atención y respeto.
Dos muestras de un cine popular en estado puro y de lo que se puede lograr si uno filma lejos de Hollywood sin compañias aseguradoras y sindicatos que atenten contra la épica, la magia y las posibilidades físicas y cinematógraficas del cuerpo humano. Seguramente, la vida en Tailandia cueste muy poca plata.
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