El silencio de Lorna

Le silence de Lorna
Dirección: Hnos. Dardenne.
País: Bélgica, Francia, Italia, Alemania.
Año: 2008.
Calificación: 8

Sí señora, aunque no se lo halla dicho Catalina hay otra cosa para ver esta semana en los cines que no sean las mollejas de Tom Hanks, se trata de otra de esos belgas que no paran de mover la cámara. Aquí va...

En gran medida, la importancia del cine de los Dardenne reside en su preocupación por mostrar el lado oscuro de esos países del norte cohesionados y fortalecidos por el Euro (pocos directores actuales del continente se animan a lo mismo: Michael Haneke, Fatih Akin, Bruno Dumont...). Esa Europa centro-occidental que parece día a día extender y fortificar un poco más sus fronteras burocraticas-aduaneras frente al resto del continente –y del mundo- que mira con recelo el estilo de vida primermundista que allí llevan. De ahí, que la filmografía de estos belgas esté atravesada por personajes marginales, desesperados, en lucha constante por ser parte de un sistema que hace de la exclusión una de las bases de su status.

En esta, su quinta película, deciden seguir cámara al hombro a Lorna, una albanesa que se instala en Bélgica gracias al casamiento arreglado con un drogadicto a cambio de dinero. Pronto, Lorna (quién físicamente parece una suerte de Rosetta ya hecha mujer) es incitada por una red de inmigración clandestina para que deje morir a su esposo y así, una vez enviudada, contraiga matrimonio nuevamente con un ruso a cambio de más dinero. Pero acá, y como en todos los trabajos previos de los Dardenne, el verdadero conflicto que en el fondo moviliza a sus personajes no es material ni mucho menos de género, sino moral. Una vez que Lorna deja morir a su marido, pasa de ser cómplice de muerte a otra victima más de una sociedad perversa.

Movida principalmente por sentimientos de culpa y un fuerte deseo de redención, esta mujer comienza una carrera desesperada por mantener la memoria y el legado de su “esposo”, drogadicto y por ende desechable para una sociedad en donde quién no produce no sirve. Por eso mismo, es que los primeros síntomas del embarazo psicológico que desencadena la crisis que sufre esta protagonista se den en una escalera -símbolo de ascenso social- del local que alquila con la plata que consigue mediante su silencio y no accionar. Lo que permite señalar que el gran debate que ponen en juego los hermanos esta vez es ¿hasta que punto estamos dispuestos a llegar para ingresar a un mejor nivel de vida?

Las virtudes con las que encaran esta problemática son las comunes a sus películas anteriores: La promesa, Rosetta, El hijo y El niño. A destacar, la distancia siempre prudente con que se acercan a sus personajes (en está ocasión, tratándose de una inmigrante venida de la otra Europa, deciden colocar su cámara unos metros más lejos, comunicando la incomprensión que les produce una persona de estas características), nunca juzgándolos ni sometiéndolos a caprichos; y, por otro lado, la fe depositada en la humanidad de los mismos y su capacidad para convertirse en héroes mediante acciones pequeñas pero de gran valor.

Una nueva película de un autor, para conformar una buena obra, debe mantener las constantes que lo definen y a la vez introducir variantes significativas que produzcan crecimiento y progresión en una filmografía, en un todo. Pues bien, en El silencio de Lorna, los Dardenne se mantienen fieles a su cosmovisión a la vez que apuestan a cambios temáticos: indagan sobre las cuestiones inmigratorias, trabajan con una mujer adulta, madura y conciente de sus decisiones como protagonista (encarnada por Arta Dobroshi, una actriz que contagia fortaleza a la vez que vulnerabilidad); y también formales: un trabajo de cámara más estable, reflexivo y a la vez menos nervioso y urgente, sexo carnal e intenso, algunas notitas de música incidental sobre los títulos. Recursos, todos, que se adaptan perfecto a la historia que deciden narrar. Así, vuelven a demostrar una vez más que en el mundo liberal, cínico y cruel en el que vivimos, el corazón todavía puede pesar más que un puñado de Euros.

El lector

The reader
Dirección: Stephen Daldry
País: Estados Unidos / Alemania
Año: 2008
Calificación: 6

Contenidista, de tema importante y actriz de prestigio encarnando personaje con “caracterización”. El tipo de cine que gusta a los Oscars. Si hay algo que hace de El lector una película digna es la potencia de su material de origen (la novela homónima de Bernard Schlink) y el respeto por su historia y las criaturas que lo habitan. Por lo demás, Stephen Daldry muestra una vez más que carga con cierto lastre qualite: Homero, Goethe, Virgina Woolf; el cine como vehículo de la Literatura con mayúsculas. Prolijita, medida, correcta, bien iluminada y con un diseño de arte cuidado. Lamentablemente, tan apolínea, racional como la misma Hanna Schmitz a la que retrata. Un director como Michael Haneke -especialista en sacar a la luz los monstruos que permanecen escondidos en la Europa moderna-, con semejante material, probablemente hubiese logrado algo mucho mejor.