
Wall-e, puesta en contraste, demuestra que no importa la técnica, ni el género, ni el nivel de complejidad del guión, ni de si se trata de hombres de carne y hueso o bichos generados por una computadora. Lo que importa, en el fondo para hacer una gran película, es el corazón que uno le ponga.
Wall-e (EU – 2008 – Andrew Stanton)
Apenas terminada Wall-e estuve convencido durante un rato largo de que uno podía encontrar un robotito chatarrero como el de la película a la venta en una veterinaria descansando al lado de un cachorro de ovejero alemán u otro animalillo. Que ese pedazo de hojalata vivía en nuestro mundo. Que en algún lugar de la tierra algunos de su especie estaban caminando y haciendo sus cosas. Que uno podía hacerse amigo de uno y llevarlo a su casa para mirar juntos un musical o jugar al pong. Sí, que Wall-e existía de verdad, en algún lugar fuera de esa pantalla que en algún momento estaba condenada a apagarse. Es que la gente de Pixar parece tener bien claro eso que señalaba el gran Jan Svankmajer, que animar es invocar vida. Algo distinto a lo de los muchachos de Dreamworks que parecen estar convencidos con cada nueva película de que animar es igual a antropoformizar, o a generar personajes que se parezcan a Will Smith, Jack Black o algún otro de la farándula. Al igual que ocurre con Toy Story o con Ratatouille, Wall-e es una película conmovedora por eso mismo, por el amor y la vida que ponen en cada uno de los personajes sus creadores, los Sres. Pixar.
Esta gente se ha decidido por lo cualitativo y no por lo cuantitativo. Pocas películas, pero trabajadísimas. Así es que en Wall-e la técnica alcanza niveles de la putísima madre (viéndola en filmico hay momentos que uno no puede creer que lo que esta viendo es pura animación). O que el relato roza la perfección, dando lugar a escenas mágicas como esa en que Wall-e baila con Eva a través del espacio impulsado por un matafuego. O que la critica social se entremezcla a varios niveles con la historia de amor más clásica y encantadora. Una critica que, de paso, presenta un futuro peligrosamente cercano y alarmante. Un poco al estilo de aquel que presentaba La Idiocracia, aunque acá la cosa tiene otra fuerza por el alcance que puede tomar en una película de la magnitud de Wall-e, sobre todo en los pendejos. Y lo mejor, es que por sobre todo lo descripto, los de Pixar creen que la animación también puede ser un vehículo para hacer arte, como también lo cree en otra parte del mundo ese viejo llamado Hayao Miyazaki, y no solo meros negocios para vender muñequitos dentro de cajitas felices. Eso, sí, la felicidad. ¡Larga vida a Pixar! Calificación: 10