La escafandra y la mariposa (Le scaphandre et le papillon - Francia, Estados Unidos - 2007 - Julian Schnabel)
Los ataques cerebrales son anti-cinematográficos. Simplemente suceden. De un día para el otro, sin previo aviso. Son el anti-relato. No conocen de clímax, ni se ajustan a estructuras narrativas. Abruptamente dejan a las personas sin vida o imposibilitadas en una cama para la mayoría de los actos físicos. Sin dejarles oportunidad de que se reconcilien con ese familiar que no ven hace años, de que terminen de construir su casa, de que completen su novela, o de que viajen a visitar las pirámides. Los dejan sin esa última historia que contar, sin la posibilidad de cumplir con las deudas y los sueños de su vida. A comparación de otras maneras de irse del mundo, más postergadas o más lentas, en un derrame cerebral (como en otros embates súbitos a la salud humana) no hay nada de épica. Salvo, claro está, en aquella persona que logra sobrevivir y emprender una recuperación.
He aquí el desafío. Hacer una película sobre un personaje joven al que una embolia lo deja postrado en la cama de un hospital con apenas la mínima capacidad para mover y pestañear su ojo izquierdo. En un principio, que se extiende a la primera media hora de película, Julian Schnabel apela a una buena elección: fusionar su cámara con el único ojo de su cuasi inerte personaje (interpretado por Mathieu Almaric, el mismo de Reyes y Reina y La Cuestión Humana) que despierta luego de un letargo de profundo coma. Cuando él pestañea, la cámara también lo hace. Cuando lagrimea, la lente se empaña. Pero no son estos recursos formales lo más interesante, sino la manera en que fluye el relato a partir de esta decisión. Aprovechando muy bien el fuera de campo y la banda de sonido y haciéndonos sentir como espectadores el encierro que vive este personaje dentro de esa metafórica escafandra a la que alude el título y de la cual le es imposible escapar.
Pero luego Schnabel decide abandonar el punto de vista del ojo de su protagonista y ahí es cuando se vuelve menos atractiva y, por supuesto, menos arriesgada. Acompañando el alegato que pregona la película, que nos dice que siempre se puede vivir (o sobrevivir) en la imaginación, pase lo que pase, nos pasea en buena parte del metraje por recuerdos, sueños y todo tipo de pensamientos ocurridos en la cabeza de este personaje. Ahí es cuando se convierte en un desfile de imágenes bellas, cautivantes, pero sin peso, sin espesor. Dándole al director la oportunidad que tenía vedada en un principio de desplegar toda su imaginería visual ya presentada en sus trabajos anteriores: Basquiat y Antes que anochezca. Y tal como ocurría también con el reciente thriller Bajo Anestesia –otra de protagonista postrado en una cama- esto también le da la libertad para moverse de manera arbitraria por cualquier lugar del relato, y por sobre todo, manipular las emociones del espectador a su antojo y sin ataduras. Lo que le termina, indefectiblemente, jugando en contra.
De cualquier manera hay en La escafandra y la mariposa momentos de una emotividad lograda y genuina, sin llegar a ser lo suficientemente lastimera o abusar del golpe bajo. Como en ese en que el protagonista, un ateo estoico, se enfrenta a la religiosidad al observar la figura incandescente de una virgen a través de una vidriera. O en el que él mismo se comunica esforzadamente por teléfono con su padre (encarnado por un desgarrador Max von Sydow). Pero tal vez la mejor escena de toda la película es, justamente, la que nos muestra el instante en que este protagonista sufre el ataque cerebral arriba de su coche y en compañía de si hijo. Por que es la que muestra la manera banal, estúpida y hasta ridícula que mucha veces se nos puede presentar la muerte. Solo dejándonos –como alguna vez lo plantearon Borges o Bioy, a quién mi viejo alguna vez le supo arreglar la televisión- la posibilidad de elegir en nuestra imaginación como queremos partir. Calificación: 6
He aquí el desafío. Hacer una película sobre un personaje joven al que una embolia lo deja postrado en la cama de un hospital con apenas la mínima capacidad para mover y pestañear su ojo izquierdo. En un principio, que se extiende a la primera media hora de película, Julian Schnabel apela a una buena elección: fusionar su cámara con el único ojo de su cuasi inerte personaje (interpretado por Mathieu Almaric, el mismo de Reyes y Reina y La Cuestión Humana) que despierta luego de un letargo de profundo coma. Cuando él pestañea, la cámara también lo hace. Cuando lagrimea, la lente se empaña. Pero no son estos recursos formales lo más interesante, sino la manera en que fluye el relato a partir de esta decisión. Aprovechando muy bien el fuera de campo y la banda de sonido y haciéndonos sentir como espectadores el encierro que vive este personaje dentro de esa metafórica escafandra a la que alude el título y de la cual le es imposible escapar.
Pero luego Schnabel decide abandonar el punto de vista del ojo de su protagonista y ahí es cuando se vuelve menos atractiva y, por supuesto, menos arriesgada. Acompañando el alegato que pregona la película, que nos dice que siempre se puede vivir (o sobrevivir) en la imaginación, pase lo que pase, nos pasea en buena parte del metraje por recuerdos, sueños y todo tipo de pensamientos ocurridos en la cabeza de este personaje. Ahí es cuando se convierte en un desfile de imágenes bellas, cautivantes, pero sin peso, sin espesor. Dándole al director la oportunidad que tenía vedada en un principio de desplegar toda su imaginería visual ya presentada en sus trabajos anteriores: Basquiat y Antes que anochezca. Y tal como ocurría también con el reciente thriller Bajo Anestesia –otra de protagonista postrado en una cama- esto también le da la libertad para moverse de manera arbitraria por cualquier lugar del relato, y por sobre todo, manipular las emociones del espectador a su antojo y sin ataduras. Lo que le termina, indefectiblemente, jugando en contra.
De cualquier manera hay en La escafandra y la mariposa momentos de una emotividad lograda y genuina, sin llegar a ser lo suficientemente lastimera o abusar del golpe bajo. Como en ese en que el protagonista, un ateo estoico, se enfrenta a la religiosidad al observar la figura incandescente de una virgen a través de una vidriera. O en el que él mismo se comunica esforzadamente por teléfono con su padre (encarnado por un desgarrador Max von Sydow). Pero tal vez la mejor escena de toda la película es, justamente, la que nos muestra el instante en que este protagonista sufre el ataque cerebral arriba de su coche y en compañía de si hijo. Por que es la que muestra la manera banal, estúpida y hasta ridícula que mucha veces se nos puede presentar la muerte. Solo dejándonos –como alguna vez lo plantearon Borges o Bioy, a quién mi viejo alguna vez le supo arreglar la televisión- la posibilidad de elegir en nuestra imaginación como queremos partir. Calificación: 6
4 comments:
hubo coincidencia con tu comentario y lo m paso con la peli,
m parecio bien llevado lo d la camana con el ojo del protagonista, m gusto mucho eso
y tb casi al final cuando el protagonista esta en la playa con la secretaria, esas imagenes , medio borrosas, m encantaron
para mi x la estetica c nota q es cine frances, muy delicada
pero le daria mas calificacion un 7 u 8,
el titulo es en castellano esta bien logrado, para mi es ESCAFRANDA: es el encierro del protagonista con esa enfermedad q no puede hacer nada, y MARIPOSA: es la muerte con la q logra la libertad
kari
Quiero verla.
Odiante, yo también decidí premiarlo. En galardón, ya sabe dónde.
M
la comparan mucho con mar adentro
es asi?
la verdad para el dvd otra vez
¡Cómo lloré con La escafandra...!
En breve, algo más detallado en mi blog.
M
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